Por Matias M.
Profetas.
Arturo Jauretche identificaba a los Profetas del Odio bajo el signo del
cipayismo, cultivadores de trampas al verdadero desarrollo nacional,
reproductores de estereotipos arcaicos donde se destacaba el de civilización o
barbarie.
Los
profetas lo son por iluminación. El profeta ha visto más allá, conoce el telos
de la historia, extrae de ella su vara con la que mide, compara, sopesa,
describe, examina, juzga y dictamina la realidad. Él, por su cuenta, se
encuentra en otra escala, la vara no lo alcanza pues es el protector de la
misma. El intérprete. De allí que el lugar del profeta sea la cátedra, el
púlpito, el consultorio, el altar, los medios.
Tres
actitudes encarrilan su palabra: el guiño cómplice para la hinchada, el manso
pastoreo para la grey, la diatriba odiosa y fulmine para los bárbaros. Si la
primera caracteriza a Lanata o Carrio, la segunda a Grondona, como nos contaba
Rinessi en un viejo ensayo. De estas tres actitudes, es la última la que
describe a Cecilia Pando, y la que hace al Profeta del Odio por excelencia.
Lenguaje.
Tal como Roma o los primeros cristianos entendieron que a la construcción de la
grey es un doble trabajo de culturación e inquisición, el discurso de la
derecha hacia “los derechos humanos” es un discurso fuertemente religioso que
se emplaza en la mimesis y aniquilamiento.
La
mímesis es la estética de Pando, pues la derecha sabe que la batalla no es
política sino cultural. La Asociación de Familiares y Amigos de los Presos
Políticos de la Argentina (AFyAPPA), que preside Cecilia Pando, tiene
"firme determinación de mantener vivo el recuerdo de las víctimas del
terrorismo y exigir el juicio y castigo de quienes en la década del 70 apelaron
a la violencia demencial para imponernos por la fuerza su modelo de país".
Recuerdo, terrorismo, juicio y castigo, modelo de país. La apropiación de un
lenguaje, la resignificación como modo de memoria.
La
mimesis como forma de la palabra profética, denuncia a su vez la íntima
religiosidad del discurso de “los derechos humanos”. Traición, martirio,
redención y salvación; la Historia como el resultado de la interpretación de un
conjunto de testimonios respecto de un momento genésico; el testimonio como
experiencia vital, marca en el cuerpo y en la subjetividad; la experiencia como
autorizante, como dadora de verdad; la sacralidad de la palabra de los que ha
atravesado el sufrimiento del desierto para traernos el testimonio de la fe; el
sufrimiento y altruismo como prueba de verdad, y ese dar la vida es
verificación ética de una aseveración política.
Así,
Pando también “viene” del ámbito íntimo de la familia a reivindicar por la voz
de los que no pueden hablar, en este caso). Pando reivindicó al obispo
castrense Antonio Baseotto, provocando la baja de su esposo, el mayor retirado
Pedro Mercado. Injusticia, traición, martirio.
Limites.
Pero el límite de ese discurso es siempre la alteridad política que crea la
frontera ética, y cuya expresión es también del orden del lenguaje. El
verdadero otro es quien está por fuera del lenguaje, el bárbaro, el que
corporiza el limite de la palabra, y por lo tanto, el ingreso de la pura
violencia. Y esta es la escena que mejor representa la Pando.
Pando
es a la derecha lo que Ripoll a la izquierda. Una señora escanadalizada. Pando
es lo que los troscos a la izquierda: “los que hacen el juego”. “Hacer el
juego” es el cliché con que la política contemporánea reconoce su esencia
estratégica y lúdica. Es la manera en que se denuncia como equivocada,
desviada, errónea. Es la jugada fallida que habilita el contrataque. Al mismo
tiempo, se desenmascara a sí misma juego y negociación.
Pando
hace el juego pues, salvando el contenido insultante de algunas de sus ideas,
obtuso en otras, ideológica las más, ver llegar a la Pando a un acto es
reaseguro de show. Cámaras, gritos, corridas.
De esta
manera, la escenificación paródica de Pando esconde la tragedia del lenguaje de
la conciencia reprimida de la burguesía argentina. No tendrá nunca palabras
para emplazar en su lenguaje al hecho maldito de la sociedad argentina, y su
única palabra será siempre el vilipendio y la muerte.